El Ropero.



El señor Palacios tenia 30 años cuando su padre murió, su papá había sido un hombre chapado a la antigua que ya le daba de comer su carne a los gusanos, que el olor de su alma ardiendo daba sosiego a dios… y el señor Palacios se reía cuando me contó esto sobre su padre al que nunca conocí, ahora estaba viviendo con su madre, había estudiado medicina pero no terminó, así que trabajaba en una oficina de gobierno y en sus ratos libres, como cuando lo conocí, divagaba en proyectos que nunca le vi hacer, como a casi la mayoría de nosotros.

Aunque me llamo Rosendo, me decía Ross que por que según estaba muy largo mi nombre, creo que cuando lo conocí -al señor Palacios como pedía que le llamaran- yo tenía como 19 años y trabajaba en una tienda de autoservicio, solía ir todas las tardes a platicarnos de su alcurnia, de su sangre española, de sus novias y demás detalles, al principio era muy entretenido; sabía mucho y yo trataba de no quedarme atrás, a ratos él citaba a Antonio machado, otras veces contaba un poco de la vida de Salvador Dalí, pero poco a poco caía en la repetición, como hablaba de sus novias, de sus grandes nalgas, de los pechos jugosos y de aquellos clítoris que nunca olvido, recordaba y mezclaba novias, a ratos patricia era morena y era la más alegre otras veces Paula de ascendencia Iraní era rubia. Patricia era en realidad la más frígida a según sus historias y Paula era una india de Oaxaca de quien me había enseñado una foto, las mezclaba todas, y todas le traían suspiros y decepción, y luego él se perdía en el tiempo y no lo veía por largo rato.

conforme crecí, tuve la oportunidad de ir cambiando de trabajo para mejorar mi vida y así de amistades para tener quien me ayudara en momentos difíciles, y muy de vez en cuando aparecía el señor palacios sonriente y barbado, o en otras ocasiones, deprimido y ausente pero siempre con algo para decir, a mi, a su amigo. No lo voy a negar, sus historias eran muy interesantes y ya habían pasado 5 años de que me había hablado por primera vez, el a sus 35 me invitaba a los mejores puteros de la ciudad, entre las copas y las putas su risa cada vez era más fuerte y más dolorosa, me preguntaba a veces cuanto debe de sufrir alguien para poder reír así.

Luego iba por él a la casa de su mamá, la señora era un manojo de nervios, en extremo amable con una sonrisa perlada sobre una tez blanquísima y manchada por la edad, su pelo entre rubio y cano le daba un aire de peluca gastada, con sus maneras tan correctas como esa gente que se queda suspendida en una época de oro que ya no es, curiosamente su casa estaba totalmente descuidada con muebles casi coloniales, una casa peculiar.

A veces cuando hacia frio le pedía una chaqueta al señor Palacios y pasaba a su cuarto, que era más desarreglado que el cuarto de un niño malcriado, un olor acedo y seco se impregnaba en todo el lugar, el polvo en el suelo hacia que por donde pasara dejara marcas, la ropa -que según él decía era por lo que te juzgaba la gente- estaba bien acomodada y planchada, un gran contraste por que todo lo que la rodeaba era suciedad y podredumbre, papeles regados sobre una cómoda viejísima y más al fondo un viejo ropero que le hacia falta la pata trasera, olvidado en el fondo y –como comprobé en otra ocasión- cerrado con llave desde hace tiempo.

Siempre era la misma rutina, ver quien era el más cabrón para tomar alcohol, ver quien trataba mejor a la puta más gorda y apestosa del lupanar y como pueden adivinar, siempre me ganaba, él las enamoraba con una delicadeza, como evocando su pasado, como acariciando viejos fantasmas en esa piel grasosa, dándoles besos y caricias a veces tímidas a veces rasposas, ni siquiera les trataba de tocar el coño, pero si lo hacia, lo hacia con una especie de temor cual si se lo tocara a su madre o a su hermana, como si fuera el primer coño que tocaba en su vida. Así era mi amigo el señor Palacios, quien después de unos años deje de verlo muy seguido por que ya me había casado y tenía mis responsabilidades, no le extrañaba, pues tenía otros amigos, mi esposa y mis gemelos, así como un trabajo muy desgastante en la fábrica de bolsas de plástico de donde era jefe de área.

¿Por qué nunca te casaste cabrón? le pregunté a mi amigo en su cumpleaños 40 y me dijo:
El matrimonio no esta hecho para mi, soy feliz así libre, además, si acaso me caso debe de ser la mujer más perfecta que el mundo haya conocido -y se reía- y eso no existe, la verdad, las veces que vivía con alguna, siempre me pedían para el gasto de ella y de sus hijos. Sin embargo ahora que yo hago memoria, nunca le conocí una novia al buen Palacios.

¿Y por que no sales del closet? –le dije jugando- ya sabes, hombre maduro…
No digas estupideces Ross – me interrumpió- Odio a los putos como no tienes idea esa gente es la escoria y se deberían de avergonzar de andar por la calle así no mas sin que nadie haga nada, antes se les golpeaba en la calle si los veían así, ahora hay que tolerarlos y el que esta mal es uno si los critica… pero no pienses que los odio tanto, de hecho tengo varios amigos putos, ¿conoces al ingeniero López? ese cabrón es putísimo, una loca, pero aun así, pinches putos me dan asco.
Me pasó una lista interminable de todos los putos de la ciudad que en verdad desconocía, se alteraba demasiado, y después se deprimía y lo dejé de ver por un rato después de esas preguntas.

Cuando mis gemelos cumplieron años, fui a su casa a invitarlo, tenia semanas que no lo había visto y toqué a su puerta, me abrió su mamá con una calma un poco extraña, me pasó a la sala de espera y me dejó ahí en lo que su hijo Benjamín –El señor Palacios- regresaba de un encargo, me quedé sentado y la señora al no tener con quien platicar, me comenzó a contar una historia que no había sido contada; la historia de su vida. Aunque me sentía incomodo, me resumió en las partes donde me interesaba y se alargo en los detalles más triviales. Me dijo que su marido había sido muy seco con ella pero que era un buen hombre y que le gustaba pasar mucho tiempo con Benja, o benji como le decía su papá mientras lo cargaba en sus rodillas cuando el era niño, y benja, nunca le correspondía todo el amor que le daba su papá, siempre estuvo alejado de él, aunque mi esposo –me contaba- lo tratara como al mejor niño del mundo, solo cuando murió mi esposo mi hijo se volvió cariñoso a su memoria, y siempre que puede habla de lo que fue su papá para él.

¿¡Mamá!? Dijo un recién llegado Benjamín con el rostro sorprendido, como si adivinara lo que me había contado en su ausencia, aquí esta lo que me encargó madre –dijo el- la señora tomo el paquete de comestibles y se fue con la bolsa a su cocina sin levantar la mirada, el señor Palacios, me observó y antes de que me preguntara lo invité a el y a su mamá al cumpleaños doble, cosa que inmediatamente aceptó.

Cuando regresé a mi casa me di cuenta que había olvidado mi chamarra en la casa del señor Palacios así que no tuve remedio mas que regresarme por ella, me volvió a abrir la puerta su madre y le pregunté por mi chamarra; tal vez se la llevó a su cuarto Benjamín, pásale, ahí debe de estar me dijo en un tono opaco la señora.

cuando entre al cuarto del señor Palacios, ahí estaba mi chamarra, y no había reparado antes en las fotos que tenia en la pared y en dos pequeños portarretratos, ahí estaba mirándome su padre, en cada foto una mirada rígida, acusante y a la vez incomprendida con un niño muy temeroso en brazos cuando pasé a ver una de esas fotos que estaban cerca de su ropero, este se abrió lentamente con la brisa de mi paso, la curiosidad hizo que lo abriera de par en par, era la primera vez que vería lo que tenia y me lleve una gravísima impresión que no soporte.

Colgados tenia extraños instrumentos de metal y ropa masoquista, látigos, dildos de varios tamaños, y muchas fotos de su padre o donde apenas veía su retrato, tenían escritas varias veces en cada una de ellas; ¿porque papá? ¿Por que lo hacías? ¿Por que me hiciste esto papito? ¿Por qué me quisiste solo así? y varias revistas pornográficas homoeróticas estaban en lo último del ropero esparcidas…

Sentí una presencia detrás de mi y me di media vuelta, el buen señor Palacios estaba aterrorizado y su rostro se deformaba en una mueca espantosa, yo no supe como reaccionar y me dijo: Ross, no vayas a pensar que – no pienso nada, le dije- pero noté que avanzaba hacia mi, y me insistía, eso que esta ahí, no es lo que piensas, y ese rostro de espanto, pronto se mezcló con una grotesca sonrisa que hizo que me fuera hacia atrás, espera Ross.. espera y se abalanzó sobre mi, me dio un golpe en el estomago, y me apretó fuertemente, maldito bastardo hijo de mil putas -me dijo- por que molestas a mi padre, por que tenias que ver lo que el me hizo, entonces tuve que reaccionar y me zafé como pude dándole un golpe en su rostro que lo alejó por un momento, me moví a la puerta y espere, espera –me dijo- no te vayas, y su ira fue convirtiéndose en súplica, espera, no te vayas, eres mi único amigo, espera, no me dejes y comenzó a llorar… me salí de ese cuarto y vi que ya estaba su madre ahí, con la cara embotada y los ojos desorbitados, como quien ve de nuevo un cadáver que había enterrado hacia muchos años y que no quería volver a ver nunca, no dijo nada y el señor Palacios comenzó a gritar maldiciones: eres un puto mariconazo bastardo indio come mierda; y su madre comenzó a llorar.

Me fui a la puerta, la abrí y cuando estaba apunto de cerrarla, escuche el grito casi inhumano de su madre que me heló la espalda: ¡No! dijo y de repente sonó una fuerte detonación, cuando aún no había terminado de esfumarse el sonido de este disparo, sonó otro y a este último, le vino el más terrible de los silencios, me quedé unos segundos con las manos temblorosas sosteniendo mi cuerpo apoyado en la puerta, mi voz se cerraba y el espanto que sentía se fue ahogando un sudor frio recorría todo mi cuerpo y la boca me sabia metálica, amarga. Como pude, llegué a mi casa, mi mujer me vio y corrió rápidamente a mi. ¿Estas muy pálido, que te pasó? me dijo, y yo no le supe decir, acababa de presenciar algo tan impactante que me había quedado sin palabras, me preguntó si había invitado al señor Palacios y solo alcancé a mascullar: El… nunca… Él…Él ya no vendrá.

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